En el año 1976 mi padre, Juan Maria Araluce Villar, era Presidente de la Diputación de Guipúzcoa y Consejero del Reino. Las amenazas de ETA eran continuas desde hacia mucho tiempo. Unos amigos le regalaron una figura que representaba un angel, un angel custodio. La puso en su despacho. En una ocasión, al enseñarlo a una persona que le visitaba, se le cayó de las manos y se rompió.

Al dia siguiente caia acribillado a balazos en el portal de casa, cuando llegaba al mediodia a comer. Con él morian cuatro personas mas: su conductor y tres policias de escolta. De un dia para otro, cinco familias quedaron destrozadas. En nuestro caso, mi madre quedaba viuda con 56 años y nueve hijos. Desde el primer momento, fue ella la que marcó la pauta de nuestra actitud ante este hecho brutal. El mismo dia les contaba a los mas pequeños lo que habia sucedido: «Papa esta en el Cielo y nosotros somos cristianos y tenemos que perdonar. Perdonamos de todo corazón».
Han pasado ya mas de veinticinco años y mi madre es ya abuela de otros tantos nietos. Mi padre no pudo conocer a ninguno de ellos, pero seguimos con la misma convicción del primer dia y tenemos la alegre certeza de que, aunque no le veamos, ha estado y esta presente ayudandonos a salir adelante. Mirando hacia atras, se comprenden ahora las palabras que nos dijo un sacerdote santo en aquellos dias: no teniamos que contentarnos con la resignación, con la conformidad con la Voluntad de Dios; debiamos amar la Voluntad de Dios. Mi madre nos transmitió este sentimiento y ahora puedo asegurar que la aceptación rendida de la Voluntad de Dios, el abandono confiado en la Providencia trae necesariamente el gozo y la paz: la felicidad en la Cruz.
El perdón cristiano significa para mi no guardar ningún tipo de odio ni deseo de venganza hacia los que te causan tanto mal, tanto dolor, sin percatarse de que son ellos y quienes los apoyan las mayores victimas de sus actos. Hace poco José, mi hermano sacerdote, el pequeño de los hermanos varones, comentaba en una emisora de radio que no se acostaba un solo dia sin haber rezado por los que mataron a mi padre. Y es que, realmente, toda persona humana, aunque ni siquiera lo sospeche y a pesar de la monstruosidad de sus actos, para sus hermanos cristianos vale toda la Sangre de Cristo. Este perdón personal, cristiano, que marca el camino de la paz, va inseparablemente unido a otra virtud humana y cristiana: la justicia. Ello nos lleva a recabar a la autoridad legitimamente constituida «“a toda autoridad»“ el cumplimiento del deber prioritario de proteger la vida y la libertad de todos los ciudadanos.
Tantos años de violencia terrorista, de coacción social, de falta de libertad, de miedo, han generado un clima de enrarecimiento moral que hace posible que afloren en personas con responsabilidades públicas comportamientos y actitudes que no favorecen en absoluto la consecución de la libertad, la justicia y la paz. Lo hemos visto durante todos estos años: desde el empleo de métodos moralmente ilicitos para pretender acabar con la violencia, hasta actitudes que pretenden explicar benévolamente las causas del empleo de la violencia, olvidando que los primeros responsables de la violencia criminal son los que la practican y apoyan. Por no hablar ya de comportamientos aberrantes de justificación explicita de la violencia criminal o de pretender obtener provecho politico de ella.
Quiero hacer resaltar aqui el comportamiento ejemplar del colectivo de victimas del terrorismo. Son ya muchos miles de personas las afectadas por la cruel violencia terrorista que sufren en silencio. Por eso he acogido con alegria y agradecimiento las palabras de los obispos españoles en su reciente Instrucción pastoral, en la que realizan una contundente valoración moral del terrorismo de ETA, ya que, como afirman, «a pesar de las reiteradas condenas que la inmensa mayoria de personas y grupos sociales hacen de la violencia terrorista, a veces se observan ambigí¼edades que ocultan el enjuiciamiento moral coherente de la asociación terrorista». Dichas ambigí¼edades han causado mucho dolor a «quienes «“en palabras de los prelados»“ se sienten angustiados e indefensos ante el problema mas grave de nuestra sociedad».
Creo que el poder de Dios no ha menguado y confio en la eficacia de la oración «“intensa y constante»“ para que se recomponga el angel roto de la paz. Me gustaria poder decir dentro de poco de mi tierra vasca las palabras del salmo: «El amor y la verdad se han encontrado, la justicia y la paz se han abrazado; de la tierra esta brotando la verdad, y del cielo se asoma la justicia».
Juan Araluce Letamendia